martes, 5 de febrero de 2013

Le plus beau du voyage c´est encore le retour




Este fin de semana he estado en París. La ciudad del amor por excelencia, nunca me defrauda con la belleza de sus edificios, la magia de sus calles, el encanto de sus cafeterías, las tiendas de Le Marais, los artistas de Montmartre.. París es especial.  Pero como París, muchos otros destinos no tan conocidos tienen algo único que no se puede leer en libros, ni ver en fotos o reportajes. Viajar es la única manera de descubrir la infinidad de secretos que cada lugar esconde. Y cuando digo viajar, no me estoy refiriendo al concepto de viaje organizado en el que te conviertes en una oveja más de un rebaño liderado por un guía turístico que suelta una retahíla de datos históricos que te esfuerzas por retener y que jamás recordarás (eso si no eres de los que desconectas al minuto). Tampoco me refiero a ese viaje con eternas horas de autocar sometido a un inquebrantable horario, en el que está calculado desde el tiempo y el lugar para comprar souvenirs hasta los minutos destinados a hacer las fotos de rigor, con el fin de no dejar sin tachar de la lista ni uno solo de todos los monumentos y lugares señalados de la ciudad.

Viajar va más allá. Viajar es perderse un monumento importante porque te dejaste llevar por callejuelas. Es disfrutar tanto de un lugar que olvidaste hacerle fotos. Es dejar tu huella en un sitio, y que ese sitio te marque para siempre. Viajar es volver a casa y darte cuenta de que no eres el mismo que eras antes de emprender el viaje. Da igual capitales europeas que pueblos recónditos, rutas salvajes, chiringuitos en la playa, urbes plagadas de rascacielos, islas vírgenes o ciudades de vacaciones… Cuanto más viajas, más conoces y más te das cuenta de todo lo que te queda por conocer. Reconozco que he convertido los viajes en mi mayor adicción, y a veces llego a agobiarme por el hecho de pasar una temporada demasiado larga en mi ciudad.

Ayer volvía después de un extraordinario fin de semana plagado de encuentros y  momentos increíbles, en el que la perspectiva de la semana que me esperaba era bastante poco alentadora. Sin embargo, después de hora y media de vuelo sobrevolando los nubarrones que habían cubierto París durante cuatro días sin parar, vi claramente cómo en Madrid lucía un sol espléndido. El precioso arcoiris de la foto fue el único atisbo de sol que tuvimos durante nuestra estancia en París, en la que la lluvia y el frío fueron protagonistas. Me puse de buen humor, de repente me apeteció volver. Salí del aeropuerto sin abrigo, mirando al sol como si llevase meses sin verlo. Me monté en el coche y abrí las ventanas. Me dirigí con la mejor compañía hacia el Retiro, y nos sentamos en una terraza a compartir anécdotas. Disfruté del sol, del aire libre. De pagar 1,70 por un café en lugar de 5 que cuesta en París. De dar un paseo, de hablar español. De las cañas un lunes. De la tapas que acompañan a las cañas.
Mi bisabuela siempre decía: “Le plus beau du voyage c´est encore le retour.” Quizás llevaba razón. 

2 comentarios:

  1. Hola! antes que nada, gracias por pasarte por tu blog! He leído tus dos entradas y me parecen muy interesantes y bien escritas :). Me encanta París, aunque sólo he estado una vez. Pero como tú, tengo que reconocer que lo mejor de los viajes, efectivamente, son los retornos!! yo también soy una enamorada de mi ciudad.

    un beso y nos vamos siguiendo!

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  2. Mil gracias por tu comentario! Me ha encantado tu blog, y me he sentido muy identificada.
    Tienes una nueva seguidora, en breves haré un bonito post sobre París...;)
    Mil besos!

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